Excelente artículo, que si bien ya tiene unas semanas de editado, va a seguir vigente por mucho tiempo…
Estás con una amiga, tu hijo, o un compañero de trabajo. Ambos tenéis opiniones sólidas - pero radicalmente diferentes-, sobre la ética de las corridas de toros, las causas del cambio climático, lo saludable que es ser vegetariano estricto, o si este invierno debes comprarte una nueva chaqueta.
Tú estás convencid@ de que razón y datos empíricos juegan de tu parte, y que la posición de tu amig@ está amparada por una mezcla de creencias y tozudez. Discutís, insistes, y utilizas todo tipo de argumentos lógicos para por lo menos sembrar la duda. Tu perseverancia logra crear incertidumbre, pero…¿consigues debilitar su convicción? Todo lo contrario. La refuerzas, y su contrarréplica se hace cada vez más vehemente. El malvado conejo de la duda sacó a relucir su magia...
Puedes imaginarte al padre dando instrucciones a su hijo adolescente, al fanático de Mac discutiendo con el fanático del PC, al químico argumentando sobre diluciones con el defensor acérrimo de la homeopatía, o leer interminables discusiones en los blogs cuando aparece el “debate” entre evolución y creacionismo. Tu insistencia haciéndote el pesado crea un contraproducente efecto rebote. Y eso, aunque logres generar cierta incertidumbre. La reacción más natural ante las dudas impuestas de manera externa, es la reafirmación y la defensa todavía más aireada de tus convicciones.
Esto que ya sabíamos, pero nunca hacemos caso, ha sido probado experimentalmente por los psicólogos David Gal y Derek Rucker de la Northwestern University. En un artículo científico publicado recientemente en la revista Psychological Science, describen estos tres experimentos:
1- A la mitad de un grupo de 150 voluntarios les hicieron recordar experiencias que les habían hecho sentir muy inseguros de sí mismos, y a la otra mitad situaciones que habían reforzado su firmeza. Se trataba de generar un estado de confianza o de inseguridad. A continuación, les pidieron que explicaran lo convencidos que estaban del tipo de dieta que seguían (vegetarianos estrictos, semivegetarianos, o comiendo carne sin restricción), y que escribieran argumentos para defenderlo ante diferentes opiniones. Los miembros del grupo al que se le había inducido inseguridad escribieron textos más largos, invirtieron más tiempo en responder, y se mostraron más categóricos en sus afirmaciones.
2- En otro experimento, seleccionaron un centenar de estudiantes convencidos de que los Mac’s son mucho mejores que los PC, y volvieron a inducir confianza o duda en la mitad de ellos. Luego hicieron dos subgrupos más, de manera que la mitad debían imaginarse convencer a un fanático de Windows, y la otra mitad a un usuario sin fuertes preferencias. En este segundo supuesto no encontraron diferencias, pero frente a un defensor a ultranza de Windows, los estudiantes seguros de sí mismos utilizaban menos palabras y tiempo para defender al producto Apple que los de confianza debilitada. La convicción que percibes en tu adversario intelectual es importante para escorarte todavía más hacia tus creencias.
3- En una tercera prueba, a 88 estudiantes les pidieron redactar sus opiniones sobre la experimentación con animales, pero la mitad de ellos debía hacerlo con la mano que no eran diestros (otra técnica utilizada en psicología para inducir pérdida de confianza). De nuevo, los voluntarios utilizando la mano contraria reconocieron sentirse un poco más inseguros con sus ideas, pero a pesar de la incomodidad, escribieron textos más largos y fueron significativamente más persuasivos.
La conclusión de los tres experimentos concuerda en que las personas cuya confianza en sus creencias se ve amenazada, responden defendiéndolas con mucha más energía que aquellas en que nada ni nadie ha intentado minar su seguridad. Más allá de las flaquezas del estudio, o todos los matices que le podamos objetar, reflexionar sobre ello tiene un punto revelador.
La duda es perturbadora. Nos desestabiliza, y no queremos vivir con ella bajo ningún concepto. Nos cuesta horrores aceptarla. Sí podemos asumirla racionalmente, pero es como estar a dieta y sentir hambre; nos deja inquietos y con ánsia de respuestas que nos devuelvan la tranquilizadora seguridad. Y por desgracia, el camino más rápido y fácil para vencerla es volver de manera dogmática hacia las propias convicciones. Qué malévolo es el conejo de la duda...
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Fuente:
http://lacomunidad.elpais.com/apuntes-cientificos-desde-el-mit/2010/10/25/no-insistas-es-peor